Una serie abierta de portales y umbrales
Entre la calle y el hogar hay un territorio intermedio.
No es del todo público, ni completamente privado.
Un espacio de paso, de espera, de tránsito.
El portal.
Allí donde el anonimato de la ciudad empieza a desdibujarse, y lo íntimo aún no ha comenzado, se abre este escenario.
Un umbral que da la bienvenida, a veces con pompa, otras con frialdad.
Espejos, lámparas, plantas de plástico, mármoles que han perdido su brillo, o muros desnudos donde todo eco resuena.
En estos espacios compartidos —aunque raramente habitados— conviven el deseo de representar algo y la inercia del abandono.
Son reflejo de comunidades invisibles, de estilos heredados o impuestos, de intentos de identidad.
Pocas veces nos detenemos a mirarlos. Menos aún, a pensarlos.
Pero ahí están, esperando.
Abiertos o cerrados.
Silenciosos.
Esta serie fotográfica no busca embellecer ni dramatizar. Solo detenerse. Observar lo que casi siempre se pasa por alto.
Una planta torcida, una alfombra raída, una puerta entornada.
Y, a veces, alguien al fondo.
Para acceder a estas imágenes hubo que tocar timbres, pedir permiso, explicar una intención que no siempre se entiende:
—¿Fotografiar el portal?
Entre recelos, miradas curiosas y alguna sonrisa cómplice, surgía, de vez en cuando, una despedida:
—Vuelva cuando quiera.
Así se abre esta serie: con cada portal abierto, con cada historia que se intuye al margen.
Tan abierta como los espacios que retrata.